Naturaleza interior

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La casa permanece en silencio con todos los muebles limpios. El plástico de los aparatos refleja la luz que gotea por entre los huecos de las ventanas. El día está comenzando afuera y el goteo se convierte en lluvia; luego en diluvio de sol en el interior de la casa.

Las cosas adentro se mueven siguiendo la luz como girasoles. Se deforman ansiosas de vida; estirándose hasta caer y romperse. La infinidad de pedazos se regocija en los destellos que van creando. Aman los colores que reflejan bailando con ellos conforme pasan las horas.

El atardecer pone melancólico el desastre en el suelo mientras el día se despide. Su melancolía vuelve líquidos los fragmentos como llorando al sol. Se empapa el suelo de la tristeza que va fluyendo hacia los últimos vestigios de luz que se extingue entre las ventanas.

En medio de la hambruna vaporizada entra un hombre a la casa. Con los pies mojados de sillón y tocadiscos ahoga un grito mientras el otrora líquido empieza a evaporarse entre las sombras. Con la llegada repentina de la noche ebulle el amueblado pegándosele a la piel, cubriéndole los ojos de madera, los oídos de plásticos y electrónicos. Sus brazos humeantes de cristalería consiguen moverse lo suficiente para prender la luz eléctrica.

Cuando sus ojos se acostumbran a la luz, el hombre ve que todo está en su lugar, perfectamente limpio y ordenado.

Un aplauso

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