El verdugo de la esperanza

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Mientras caminaba por el valle de cenizas las llamas ardían a su alrededor. Un fuego manchado del vapor negro de almas perdidas, un camino empedrado con las negras intenciones de sus habitantes, un destino oscuro y caliente. No podías distinguir en el horizonte las ondas de calor infernal de los espíritus escapando hacia las nubes negras, nubes que más adelante llovían con furia un ácido salitre  inflamable que caía sobre su piel desnuda.
Él no era un condenado.
Esta lluvia se le evaporaba al contacto, el calor abrasador era una suave brisa, el aire cargado impenetrable salía limpio de sus pulmones, le rodeaba un aura de pureza intraspasable por el infierno, lo hacía sentir especial, superior a las masas de pecadores. Estos eran negros fantasmas de caras alargadas por el dolor eterno, deformados en grito constante con ojos aun con suficiente vida para verlo, para dudar sobre este extraño, que se paseaba en medio de su castigo. Una duda que aumentaba su tortura, que les hacía creer en el fin del suplicio, chisporroteando esperanza en su destruido interior, que como una pequeña estrella brillaba en su interior para inmediatamente volver a ahogarse en la oscuridad.
El caminar entre estas almas, hacía encender chispas como en un cielo estrello maravillado por su cuerpo incorruptible, que impávido ante la muerte, les sonreía, les hacía creer, la esperanza era su látigo, crearla su oficio, darles tortura su único placer.
Pero no todo estaba bien en el infierno.
Le carcomía la envidia el no poder brillar por dentro como las pobres sombras en tortura, aun ellas, gusanos enterrados en la última capa de la jerarquía universal eran capaces de producir esta pequeña luz, aunque fuera solo parte de su agonía, ellas habían conocido la luz de dios y ningún ser del inframundo o castigo existente era capaz de apagarla completamente.
Ya no podía más con ello, necesitaba tener una de ellas, sentirla la vida que emanaba de sus patéticas figuras, sentir el chisporrotear aunque sea por un solo momento, en un instante saber que era haber conocido la luz.
– Mi cuerpo me protegerá, pensó, iré por una de ellas, solo tengo que estirarme un poco. Puso un pie fuera del camino que se despejó al instante, toda la inmundicia bajo la planta de sus pies se transformo en un fino polvo inocuo, entonces, puso el otro pie, y el otro frente a este, de repente caminaba, corría hacia uno de los pilares de donde emanaban en columna continua las almas condenadas, saltaría a por una de ellas en el instante en el que estuviera brillando su interior un poco de esperanza, por fin sabría que se sentía, encontraría satisfacción verdadera al conocer la luz, quizá dentro de sí, -pensaba- la esperanza estuviera brillando en ese mismo momento, quizá era lo que lo impulsaba a correr sobre los llanos del infierno, olvidando su propósito, quizá…
En el último instante, antes de hacer el último acercamiento, saltó, estiró su brazo cortando el aire sucio mientras se acercaba a las horrorizadas caras que incapaces de concebir más castigo explotaron en nubes de vapor amorfo desvaneciéndose al contacto con él, alejándose hacia la tormenta que rugía arriba, para volver a brillar cuando ya estaban lejos.
Cayó de bruces al otro lado, su piel intacta no sentía nada, sus ojos secos incapaces de llorar se agitaron en sus cuencas, con un grito sin sonido terminó golpeando el suelo, que desaparecía como polvo inerte ante sus puños.
Ahora se daba cuenta, él era un condenado más.

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