En el auto

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Se despertó con las manos al volante, sacudiéndose arrítmicamente algo mareado con luces de ciudad oscura pasando al nivel de sus ojos. El olor de auto nuevo le golpeó la nariz, hacía frío y no entendía como había llegado ahí.
-Necesito asegurarme que no me falten órganos. Se revisó debajo de la ropa que sin ninguna novedad era gris, sin gracia, debajo de ella no había cicatrices sólo un fuerte dolor de cabeza, seguramente causa del constante olor. Las puertas cerradas, era un auto eléctrico y parecía que no tenía batería pues ninguno de los controles funcionaba. No había manija, ni botón que accionar.
-Debería gritar, eso siempre ayuda. No lo ayudó, ahora estaba encerrado avanzando por quién sabe qué ciudad en un auto que iba demasiado alto, siguendo a otros autos a velocidad constante, demasiado constante pensó, ninguno se mueve un cm lejos de mi. Después de desaturdirse un poco concluyó que iba en el segundo piso de una madrina de al menos 4 coches de largo.
Examinó todo el coche, la parte de atrás era bastante amplia, hasta cómoda para alguien no tan alto como él para dormir un rato. Alguien eventualmente lo vería, lo mejor sería esperar hasta que amaneciera., las calles totalmente desiertas solo dejaban ver hojas volando, ni un alma, el traqueteo amortiguado ya no lo mareaba tanto, dormir era buena idea pensó.
Aunque en realidad era una pésima idea, pues un gas mortal lo acechaba por los ventiladores, ah no no es cierto, no era un gas mortal, sólo estaban pasando por un distrito industrial con vapores de colores cubriéndolo todo.
Disminuiré mis latidos cardiacos tranquilizándome, consumiendo menos aire. Ese vapor malsano no me hará daño, terminó por quedarse dormido con los pies sobre el asiento, una gran jugada de su parte(sarcasmo) si consideramos lo extraño que es ver un hombre durmiendo dentro de un vehículo transportado, aunque no lo suficientemente grande para sacarlo del apuro.
De repente, el movimiento paró. En silencio como venado siendo acechado en medio de un claro en el bosque escuchó la puerta del conductor de la madrina abrirse y azotarse, unas botas metálicas golpearon la estructura, el miedo lo invadió, era indudablemente el conductor buscando algo, ¿A mi?
Es mi salvación, o mi muerte. Rebotaban éstas ideas de un lado al otro en su cabeza, ¿y si sí, y si no? Seré valiente, debo salir de aquí, esto no es normal.
Levantó un poco la cabeza por la ventanilla no se veía nada, se asomó por todos lados al mismo tiempo que los pasos dejaban de sonar sobre el metal.
¡AUXILIO!
Una cara apareció frente a él, del susto saltó hacia atrás, la risa que siguió, los dientes blancos brillando en el exterior hacían juego con un par de platos demasiado grandes viéndolo sin más formas distinguibles en la oscuridad.
-¡Sáqueme de aquí!
La cara desapareció. Largos segundo después, la portezuela del conductor volvió a azotarse, el traqueteo del camino continuó, no había un hombre con menos esperanza, más derrotado que aquel pobre tipo encerrado dentro de un coche en una madrina, pronto amanecería.

Dejó los ojos abiertos hasta que se le pusieron rojos, al cerrarlos lo inundaba la monotonía de la ciudad, que no parecía acabarse, parecía que estaban dando vueltas, sin embargo., nada era igual, los postes de luz siempre distintos, las casas despintadas a oscuras con sus aburridas formas, cajas de cemento con algunos letreros salpicados aquí y allá, viejos comercios descuidados, tristes en innumerables formas iguales, como si a una persona le hubieran pedido que los hiciera todos con la misma idea, ver  por las ventanillas no era ningún consuelo. Pensaba en los ojos, los dientes blancos, pensaba en cada instante de su encuentro con el conductor. No había nada más que le interesara, empezaba a desesperarse por la falta estímulos, la mente humana necesita diversidad o pierde el sentido de la normalidad. La monotonía puede acabar con la cordura del hombre más balanceado., es lo que empezaba a pasarle.
Cuando creía que no podía más se puso a golpear la ventana, a romper cosas dentro del coche sin mucho éxito, sólo consiguió lastimarse las manos que ahora sangraban, el dolor era extrañamente reconfortante.

La locura llegaba como olas a la playa de su razón, cuando un rayo a lo lejos rompió la monotonía de su encierro, un zumbido ¿Lo estoy alucinando? !Venía de la guantera! Que discretamente empotrada en el tablero apenas se notaba. ¿Cómo se abre esta maldita cosa? Adentro había un teléfono con un mensaje que decía: el auto es legalmente tuyo.

Eso no tenía sentido para él.

Otro mensaje: gracias por poner el seguro a mi nombre.

Abajo a lo lejos, una risa ahogada por el encierro.

Un minuto después: verás lo linda que se ponen las orillas de la ciudad, los riscos en Inglaterra son muy pintorescos esta época del año.

El hombre levantó la mirada a lo que antes parecían autos vacíos frente y detrás de él, ahora en ellos había personas, todos con la misma mirada de horror iluminada por la luz eléctrica y fría de un teléfono móvil, al verse unos a otros comenzaron a golpear los cristales, la ciudad se acababa, el terreno se volvía pedregoso, los gritos de todos al ver el mar le helaron la sangre, erizaron su piel cuando escuchó el mismo sonido de la puerta abriéndose, vio por la ventanilla a un hombre rodar en el pasto, en el parabrisas amanecía, nubes oscuras dejaban ver un sol que salía a lo lejos, que subía demasiado rápido, todo el vehículo gemía sobre la dureza del terreno. Cuando los saltos acabaron la aterradora paz del volar hacia olas blancas furiosas contra los riscos acercándose entre gritos desesperados, el golpe de oscuridad y agua que le rodeaba.

Gracias por las correciones, Ichi. 

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