1a parte, imbalance hormonal
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Un imbalance hormonal dijeron unos doctores, una rara condición para lo que no hay cura dijeron otros, tiene el chamuco adentro dijó un chaman, “yo se lo saco por unos 200 pesos”. Nadie podía hacer nada por él. La gente con ‘su condición’ estaba irremediablemente condenada a sentir solo la mitad del abanico de emociones que una persona podía sentir, su cerebro parcialmente comido por químicos era incapaz de sentir tristeza, vivía en un desesperante estado de “felicidad”.
Esto puede parecer super bueno, ¿acaso no dice todo el mundo que la busqueda de la felicidad es el propósito de la vida? no! todo el mundo está mal, necesitas un balance, sin tristeza, sin los depresores químicos no hay contraste con el que comparar, vives en un estado de tensión que nunca se libera.
El pobre había intentando de todo para ser normal, para aliviar su tensión buscaba jalar sus emociones hacia el otro lado del espectro, había escuchado que el cerebro podía aprender, sustituir funciones perdidas en una zona con otra, pensaba que si lo hacía suficiente, con disciplina su cerebro aprendería de nuevo a sentir tristeza, tendría paz.
Su casa estaba cubierta de imágenes deprimentes, en una pared el Hindeburg quemándose, en otra un militante del vietcong a punto de ser asesinado por soldado norteamericano, en otra más una hombre blandiendo un palo con un clavo sobre una foca bebé, en su baño frente al excusado un díptico con una primer foto de un niño con un helado y una segunda con la bola de helado en el suelo, el helado era de chocolate, su favorito, pero todo perdía su efecto después de un tiempo, solo eran paleativos temporales que hasta le daban risa después de un rato.
Había días enteros en los que se la pasaba leyendo libros de desastres naturales, de terribles calamidades, historias de desamor, novelas oscuras escritas por autores bipolares. Había escarbado en todas las librerías públicas cercanas las historias más tristes, le enfermaba no poder sino sentir felicidad al leerlos.
No era una felicidad llena de luz, era un sentimiento químico antinatural que le impedía pensar en cosas oscuras o deprimentes, tampoco era optimismo, era una desesperante animosidad sin causa real, intentaba pensar, hacer listas de porque debería sentirse triste: -¡miles murieron! ¡se perdieron civilizaciones enteras! ¡Cuantos sueños destrozados, ¡Se amaban y no pueden estar juntos! nada servía, era como una liga que rebotaba siempre hacia lo mismo por más que se le jalara en sentido contrario, sentimientos felices, todo el tiempo, siempre, sin pausa, un músculo flexionádose sin soltarse, atrofiado.
Para no volverse loco mantenía la mente ocupada, es sorprende la capacidad de abstrarse del ambiente que un hombre puede tener cuando la ociosidad duele, trabajaba como operario de una grúa moviendo contenedores de carga de un lado a otro en un largo muelle comercial. En una ocasión la grúa comenzó a incendiarse y el estaba tan concentrado acomodando contenedores como piezas de tetris que no se dio cuenta sino hasta que el fuego estaba ya sobre él, nunca nada lo hizo tan feliz como ver las llamas a sus pies, se odió por esto, su instinto de supervivencia entró en acción y saltó hacia el agua, esto también lo lleno de alegría, aunque era una noche lluviosa y había varios hombres ahogándose junto con él, sonreía como un idiota mientras sus ojos se apretaban por el dolor de su felicidad.
Todos los días saliendo del muelle tomaba el metro a casa, cubría su cara siempre con una mascarilla higiénica porque a la menor provocación una sonrisa era forzada hacia su boca, esto le causaba muchos problemas con la gente en los vagones, había tantas cosas tristes, él sabía que eran tristes, lo había leído, nadie puede ser feliz con un tumor pidiendo dinero en el metro y sin embargo sonreía. A base de narices rotas había aprendido que era mejor no dejar ver su boca, aunque para alguien que pusiera atención sus ojos entrecerrados delataban una sonrisa, solo era un hombre con una mirada que escondida a medias bajo la mascarilla dejaba ver un par de locos ojos entre sonriendo entre desesperados por no poder parar.
Un día particularmente oscuro tuvo que salir temprano pues se acercaba una tormenta al muelle y los de la compañía dijeron que no era seguro operarlo. Siguió su ruta habitual, entró al metro e incapaz de sentirse triste posó la mirada al frente, intentando evitar cualquier estímulo que le alegrara el momento, sentado como una estatua espero a que pasaran una estación tras otras hasta que llegara la suya. En el esfuerzo por controlar sus desbocadas emociones se le pasó su estación de bajada, ahora tendría que perder media hora más pues la siguiente estación estaba muy lejos, más dicha innecesaria pensaba, solo quería llegar a su casa a noquearse con drogas depresivas hasta el día siguiente.
Un instante antes de cerrarse la puerta de su estación de bajada entró una mujer que ocupó el asiento justo frente a su línea de visió, no podía perder concentración o terminaría riéndose como un loco así que siguió viendo al frente ahora hacia el rostro de esta persona, pudo examinarlo completo sin que a ella pareciera molestarle. No era muy alta, no era muy morena ni muy blanca, tenía la más abundante cabellera negra y los ojos más grandes que él había visto. Ojos ocultos bajo su hermosos párpados entrecerrados que brillaban cuando ella devolvía la mirada furtivamente, cuando se sacudía el sopor del viaje. Le causaba curiosidad pero apenas se le notaba entre los labios afilados ligeramente agachados que junto su frente tensa le revelaban una profunda tristeza interior. Sentía una mezcla de curiosidad y envidia que desembocaban en unas irresistibles ganas de hablar con ella.
-Jamás podría contener mi mal, la gente necesita empatía para conectar, ¿Cómo voy a llegar con esta sonrisa de idiota a si quiera tocar el aire taciturno que rodea a esta mujer? voy a rebotar como un asteroide contra la superficie terrestre. Había visto tantas personas tristes antes pero nunca antes había sentido su mal aliviado frente a la tristeza de nadie más, no lo ponía tan mal, el favor no era completo, pero había cierta paz, cierto desdén por su propio sufrir al ver a esta extraña así.
-Ok, me voy inclinar un poco hacia el frente, buscaré su mirada y diré hola. Uno dos, tres! … uuuuuno, doooooooos, y media para las… si piensa que soy un raro? unooo, dos, hol-[PRÓXIMA ESTACIÓN: TERMINAL. PREPARE SU DESCENSO] fuck…
-Disculpe señor, ¿Dónde compró su mascarilla? no las he encontrado en ninguna farmacia en esta bendita ciudad. Su corazón se llenó de adrenalina, jamás había sentido tanta felicidad en su vida, pero tenía que controlarla, se estaba tomando demasiado tiempo en responder, ‘pensará que soy raros, di algo!’ pensó un poco histérico. -Este… jjijij (se lleva la mano a la boca) perdón, este… tengo un paquete extra de mascarillas, nuevo, sin abrir, aquí conmigo, te lo regalo.
-De verdad? te lo agradezco muchísimo, no me siento bien y creo que debería cubrirme la boca.
-Si cuídate, te puedes enfermar, hoy día hacen muchas enfermedas en el ambiente. (¿Qué idiotez acabo de decir?, las enfermedas no se hacen, aggrrr y porque estoy tan contento si acabo de decir una imbecilada. El pobre hombre no pudo aguantar más y se rió, alguien que le escucho se rió con él. Ella no lo hizo, cambió su rostro a una notable tensión y salió corriendo del vagón que recién abría sus puertas dando las gracias a medias.
Me puse muy nerviosa, estaba a punto de llorar o de intentarlo. Mis ojos ya no producían lágrimas, me quemé las lagrimales con agua caliente, ahora siento la presión pero nada sale, no se me inchan los ojos ni se me ponen rojos. Ahora puedo llorar sin que nadie lo note. Lo hago todo el tiempo, mientras espero en la línea del banco, al caminar entre la gente y viento, al cocinar con cebollas (gran ventaja). Aun así lo odio, me duele, como un dolor lejano e interior que punza sin parar sobre todo lo que calmaba mi mi eterna melancolía.
Unos doctores dijeron que con drogas me curaría y si lo hacían, me volverían una tarada. No podía trabajar así, no me concentraba bien, a veces encontraba manchas húmedas sobre mis papeles, creo que babeaba un poco sin darme cuenta, los químicos no son la respuesta, nunca lo fueron, nunca lo serían. Yo necesitaba sufrir mi mal, consumirlo a bocanadas, la única manera de cansarme de esta tristeza era tocando fondo. Necesitaba alimentar este lodazal que tenía por corazón, llevarlo a la cima de su intensidad, para disfrutar la bajada. Consumía historias tristes, música para matarse, el cine más brutal y desalmado con el corazón, mi casa era un museo de cosas oscuras, con malas intenciones, todo eso ayudaba, pero necesitaba más, consumía artículos depresivos vorazmente, para estar bien.
Y de repente llega este hombre a reírse de mi, yo solo quería saber donde hay tapabocas para sobrevivir en esta ciudad de aire podrido, no que se burlaran de mi y me dijeran enferma.
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